jueves, 3 de mayo de 2007

Hoy me di el lujo, el placer, la lata, o lo ke sea, de leer mi blog hacia atrás. Hasta bien atrás; y me di cuenta de que, sin querer, he dejado plasmados mis pasos en este espacio.
Y también me di cuenta de varias cosas, muchas de las cuales en cierta forma ya sabía.
Hay un par de temas que me obsesionan, porque no paro de escribir acerca de ellos, y si es así, me perdonarán la reiteración, pues me temo que aún no logro superarlos: la soledad, la incomprensión, el miedo, mi familia, el amor y la falta del mismo.
Hay ciertas características de mí que noto reflejadas en cada palabra que escribo. Un par de virtudes. Un par de pecados. Lástima que casi ninguno de los que me lee me vea dentro de mi otro yo, para que pueda corroborar lo dicho en el día a día. Y es que siempre he sido de esas personas que hay que calar de a poco para llegar a conocerlas bien.
Hiporbólica e hiperventilada, piola y piola.
Ingenua a veces, muy niña, confiada, transparente y de buenos sentimientos.
Poco de querer demasiado, muy fácil y muy rápido.
Poco de sufrir en exceso por cosas que a veces no tienen solución.
Con una fantasía galopante, que me obliga a imaginarme cosas donde no las hay, a construir miles de castillos con una base de aire, a soñar despierta gran parte del día.

cielos.! ke hechaba de menitos escribir...
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Hoy pensé que había descubierto una nueva picada. Un lugar amplio, blanco, decorado moderno y a pocas cuadras de mi casa. Toqué el timbre, me abrieron la puerta y pregunté si tenían hora para depilarse altiro. Espere un momento. Me senté en un sillón de cuero negro, frente a una mesita con varias revistas, entre ellas, la última Paula. Vamos bien, pensé. La señorita que me recibió apareció nuevamente y me hizo pasar a una pieza. Era bastante grande, la camilla era la más moderna que había visto y tenían una mesa con cubierta de vidrio para dejar las cosas.

Nada comparado con mi antigua Jakelin (shakelin) Es una peluquería un poco oscura, que al fondo tiene una angosta y empinada escalera de madera. En el improvisado segundo piso, que debe tener un metro setenta de altura, porque siempre me pego en la cabeza, está la camilla cubierta con un género floreado. La cera debe ser la misma desde la primera vez que fui y más encima la calientan en olla.
En el lugar moderno, en cambio, tenían una maquinita blanca de esas que controlan solas la temperatura. ¿Por qué es media amarilla? Porque es cera Karité. Era una cera especial por no se qué y hecha con manteca traída del Caucaso (bueno, no de ahí, pero la idea es que me la presentaron como increíble).
Y me eché en la camilla. Estuve ahí por una hora y media. Ya no lo podía creer. O esto era muy bueno, o demasiado malo. Y claro, aunque le tenía fe, resultó ser demasiado malo. Yo no sé si el problema fue la niña depiladora o la cera, pero por alguna extraña razón me la echaba en pequeños montoncitos esparcidos sin ningún orden por mi pierna.
Mientras veía este desastre, sólo podía pensar: ¿Por qué no pregunté antes de entrar cuánto costaba? Ya me imaginaba que además al salir me cobraban un millón de dólares por la gracia. Por suerte no fue tanto.
Al final me fui a mi casa con la mitad de los pelos que tenía al principio todavía puestos y con la convicción que Jakelin sigue siendo mi mejor opción. Nada como la mejor peluquería de barrio.




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