jueves, 10 de mayo de 2007

Estaba comprando un shampoo en un local de Farmacias Ahumada, y escuchaba a un niñito gritar y llorar en el otro pasillo. Gritaba má ke la xuxa , y la pobre madre desesperada porque se callara y nada. No sé por qué mañoseaba tanto en una farmacia, si no había nada qué le pudiera gustar ahí... Se entiende que un niñito llore y grite en una tienda de juguetes, o en el supermercado, pero no en una farmacia. A lo mejor quería un Loreal Kids, o una pasta de dientes de Bob Esponja.

La cosa es que yo ya me estaba poniendo nerviosa con los gritos, como me pongo nerviosa con las guaguas que lloran incontrolablemente. Y había una señora muy viejita cerca de mí que debe haber visto mi cara de sáquenlo de aquí por favor y debe haberse sentido identificada porque me dijo “tú eres demasiado joven y yo soy demasiado vieja para tener paciencia”. Eso es lo más cuerdo que alguien me ha dicho en una farmacia.

Pero aunque sea cuerdo, igual reconozco que soy poco paciente, no sólo con los niños. Me enojo cuando la gente me hace una pregunta con lo que yo acabo de decir (ej. “Quiero una crema” Respuesta: “¿Se va a llevar la crema?”); también me molesto cuando la gente camina lento x el centro; o cuando las cajeras del supermercado se ponen a conversar con la del frente y dejan a la gente esperando; o cuando en el banco la típica vieja se pone a hacer preguntas tontas al cajero y retrasar a los que están más atrás; o cuando algún vendedor quiere hacerse el simpático preguntando cosas que una ni loca va a contestar. Igual eso es malo, e inútil además, porque la gente no va a cambiar sólo porque a mí me dé rabia. Pero igual me enojo.

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